
Cuando despertó, él estaba de rodillas observándola, junto a su cama, con los ojos desorbitados y la respiración agitada. Con un rápido movimiento, Anita se enderezó y cubrió su cuerpo con la sábana. Una corazonada la había alertado para despertar justo a tiempo. Era un momento que ya veía venir, con temor siempre, pero más con vergüenza porque en su inocencia anidaba la confusión.
-¿Qué estás haciendo?- le preguntó ella.
–Vine a buscar mi reloj- dijo él, volviendo de su absorto.
– ¿Tu reloj? No tiene nada que hacer aquí… ¿por qué entraste así?... Sin decir una palabra, Osvaldo salió y no volvió hasta el siguiente día. En su caminar se preguntaba una y mil veces sobre su conducta, pero al mismo tiempo sentía una sensación de regodeo.
–Tengo que irme de aquí. ¡Estuvo a punto de hacerlo!... Esto no puede continuar– Pensaba Anita mientras preparaba sus cuadernos para ir a la escuela. –Pero ¿a dónde? Nadie me lo creería. Es el hijo predilecto y con un solo comentario de esto me ganaría el odio de mi madre–.
Recogió sus ensortijados cabellos, se puso unos jeans, chaqueta y salió en silencio.
–Tengo que hacer algo–, se decía así mismo Osvaldo, sin percatarse de que unos ojos curiosos hacía un rato que lo estaban observando.
Encendió un cigarrillo y entró a la taberna. Ahí, un hombre desaliñado le entregó un paquete y él a cambio le dio el valioso reloj que una vez fuera de su abuelo y que había tomado del cofre de su madre. La mujer lo siguió y al entrar a la taberna sintió con fuerza las miradas de los hombres que ahí departían entre humo, alcohol y miseria en el alma. Ella cruzó el lugar con temor y vergüenza, pidió un tequila doble, que aún a sus 17 años el cantinero no le negó. De un sorbo lo tomó y se acercó a su hermano:
- Lo he pensado bien y ya no tienes por qué callar y actuar entre las sombras. Yo tampoco quiero callar. Te amo, siempre te amé, desde que era niña y me arrullabas, cuando me contabas aquellas largas historias de fantasmas mientras acariciabas mi pelo y mi rostro, mientras lo que yo más deseaba era que tocaras mis piernas y mas allá aún… Vámonos a un lugar lejos de mi madre y de todo lo que conocemos aquí. Llévame a donde podamos descubrirnos como somos y entregarnos sin reserva.
–¿Estás segura?–, respondió él. –No me hagas llorar–.
Ella asintió, y sin pensarlo más, salieron sin mirar atrás.
wow muy buen relato aunque lo leo en el 2012 esta muy bueno lastima que yo busque historias asi pero lo unico que encuentro son relatos sexuales y eso jode mucho en fin espero que sigas haciendo historias asi.
ResponderBorrarGracias por la visita.
BorrarSaludos.
Me gustó mucho!
ResponderBorrarMe alegra mucho.
BorrarSaludos.
me gusto
ResponderBorrarExcelente historia. Es como un dardo que se clava en el blanco. También escribo, aunque quizás le doy muchísima imprtancia los detalles...
ResponderBorrarHermos historia (es como un dardo que se clava en el blanco). José Luis Núñez
ResponderBorrarGracias, José Luis. Bienvenido a este espacio.
BorrarLo he pensado bien y ya no tienes por qué callar y actuar entre las sombras. Yo tampoco quiero callar.
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