Hoy,
una noche nada,
como si las bestias durmieran
y los pocos amigos
-ebrios de amargura-
pusieran lazos de adiós,
llegaron todos mojados
y nadie habló de las huellas en mi piel.
Yo sabía que el demonio crecía
dejando su mugre
y comencé a palpar su cinismo,
pero cerré mis ojos
y fingí su “no existencia”.
Se rompió el espejo,
y con él la angustia
de ver todos los días a Muertelenta.
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